lunes, 5 de noviembre de 2007

Pensamiento animal

Ir con el esquí por la nieve en una bajada de pendiente pronunciada y darte cuenta de que no aprendiste a frenar, es una de las situaciones mas desesperantes que pueden ocurrirte. Es el auto-reconocimiento a la inminencia del porrazo.

¿Tendrán algún tipo de relación la reflexión y la desesperación? Yo creo que si. Son antónimos. Una persona reflexiva no desespera. Y una persona desesperada no reflexiona.

Recuerdo un capítulo de Los Simpsons (en el que “matan” al Capitán Jack, el cocodrilo). En una parte de ese capítulo, el auto de la familia (con ellos dentro) es arrollado por un tren que los comienza a arrastrar por las vías. Ante esa situación Homero propone una única acción consecuente: Dormir.

Sabia decisión.

El placer de saberse en una próxima mala situación, y disfrutar esperando a la catástrofe es enorme.
¿De qué sirve desesperar? Si el desastre llegará de todos modos. Los segundos, minutos, horas, días, años (lo que sea) que dure el estado de placentera espera deben ser disfrutados al máximo. Porque se tiene noción del abrupto final de la espera, y solo queda disfrutar el tiempo previo a ello.

Que bueno sería tener siempre esa certeza.
Uno viviría y pensaría únicamente en el presente, porque ya conocería el futuro.
Uno valoraría la cosa mas mínima que le obsequia la vida, sin caer en presunciones absurdas que lo único que logran es preocuparlo anticipadamente sobre algo que ya va a tener tiempo de preocuparlo.

¡Quiero disfrutar de un perfecto atardecer sin tener en la mente mis problemas!
Eso. Quiero purificar la alegría.

Que no hay imagen (o serie de imágenes) mas desagradable que el tramo entre una cara sonriente y una cara común.

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